La de hoy fue una tarde de película. Sí, sí, les digo que si Spielberg llega a estar por estos lares me iba a fichar...
No sé como empezar a narrarla, creo que merecerá la pena contar los detalles con cautela y minuciosidad. La verdad es que me sorprendió. Me levanté prontito, como de costumbre. Me zampé dos tostaditas calentitas, duchita rápida y pa' fuera. Realicé mis dos horitas intensas de ejercicio matutino y a la hora de comer volví a casa.
La mañana otoñal transcurría maravillosa, un día de perros, pero eso no quita que fuera agradable...
Aunque la lluvia parecía que auguraba malos presagios, por lo menos para mí.
Por la tarde, salí escopetada de casa, quería hablar... y hablar... y hablar...
Arreglar todo lo arreglable. Me vestí con una falda larga y una camisa discreta y ceñida. Cogí mi mejor fular y me lo até al cuello. Hoy me había decantado por el azul celeste, cogí unos pendientes y un colgante también a juego. Y el último toquecito, una barra de labios.
Me mentalicé de tener plena seguridad en mí misma, de no mostrar debilidad: "ni una sóla lágrima, ni una".
Le vi y a lo lejos y me estremecí por un instante. Vacilé un segundo antes de pronunciar la primera palabra. Me acerqué y con sutileza le besé en los labios. No sé por qué lo hice, supongo que la adrenalina genera este tipo de actos involuntarios y a la vez espontáneos.
Pero cuando le miré a los ojos detenidamente, supe qué es lo que iba a decirme. Las palabras sobraban y los nubarrones se asomaban para ver el panorama más de cerca.
Lo más gracioso de todo fue cuando, para colmo para acentuar más mi preciada suerte, me metí la ostia del quince que hasta los de la once debieron de verla y descojonarse de la risa, y con razón... Mírenla, pobrecita, con su camisita nueva manchada de mierda...
Yo ni siquiera sonreí, por qué iba a hacerlo? Tenía la cabeza ocupada en otros asuntos. Nos sentamos en un banquito adyacente al lugar de mi peculiar caída.
Fue muy breve y conciso en sus palabras, duraría como cinco minutos. Insistió en acompañarme a casa, pero yo rechacé la apetitosa oferta. No me gusta ir acompañada de individuos pretenciosos que no saben lo que quieren ni tampoco lo que tienen hasta que lo pierden.
Que pasen una buena noche.